El antiguo malecón de Sant Antoni, donde amarraban los llaüts, se situaba mucho más cerca de la fachada del Hotel Portmany. A su alrededor se concentraba toda la vida de Sant Antoni y los niños crecían aprendiendo a ser pescadores.

“Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado” (Francis Scott Fitzgerald).

Antiguamente, el muelle pesquero constituía el centro de la bahía de Portmany, el lugar donde la existencia bullía con mayor efervescencia, aglutinando a marineros, niños, ancianos, curiosos y viajeros. En aquellos tiempos anteriores al turismo de masas, la bahía seguía siendo aquel refugio natural, espléndido y paradisíaco que los romanos bautizaron como ‘Portus Magnus’, con múltiples rincones de arena blanca diseminados por todo su litoral.

Alrededor de las praderas de posidonia de la bahía se desplegaba un estallido de vida, pues allí criaban peces y mariscos de todo tipo, de una forma tan profusa e intensa que aún asombra a quienes lo recuerdan. Podías alimentarte de las pechinas que desenterrabas en la arena, de las lapas que se aferraban a los escollos, de cangrejos, meros, pulpos, vacas, doncellas, salpas y gambas, que se multiplicaban con absoluto frenesí.

En aquellos tiempos, el muelle de los pescadores se situaba mucho más cerca de la fachada del hotel Portmany, el establecimiento pionero de Sant Antoni que había abierto en 1933 con 24 habitaciones con calefacción, paredes estucadas y mobiliario importado de Mallorca. Frente a sus lujosas estancias, los marineros extendían las redes para secarlas y descargaban el género que luego se repartía por las pescaderías del pueblo. El sobrante se trasladaba a Vila para su exportación, en voluminosas cajas de madera repletas de hielo, a bordo de pailebotes que tenían como destino Barcelona, Mallorca y el Levante peninsular, entre otros. Las langostas que quedaban, por su parte, se almacenaban en la cueva des Vell Marí, en es Cap Blanc, donde se mantenían vivas hasta ser comercializadas.

Los niños, cuando no estaban en el colegio, embadurnándose de monopolio –el barro oscuro que había al fondo del muelle pesquero– o cruzando a nado la bahía hasta sa Punta des Molí, correteaban y zascandileaban junto a los llaüts de sus familiares y vecinos. Aprendían, como si fuera otro juego más, a anudar, hacer gambas y pescar con lienzas, palangrillos y otras artes. Incluso atrapaban anguilas con anzuelo y sedal en el torrente de es Regueró, los días que bajaba con buen caudal tras las lluvias. Antes de hacerse hombres y decidirse por un oficio, ya dominaban lo imprescindible para ser pescadores. En Sant Antoni, todo quedaba impregnado por el mar. Así lo relatan aquellos que vivieron una época anclada entre las dos Ibizas.

La gran transformación portuaria llegó con el muelle nuevo, construido en los años 50, que cambió sustancialmente el frontal marítimo de la localidad y la infraestructura portuaria. A partir de los años sesenta, se erigieron nuevos edificios, desmesuradamente colosales, y los hoteles, con el boom turístico, se multiplicaron por toda la bahía. Con la creación del paseo marítimo se ganó aún más territorio al mar.

Hoy, el malecón pesquero sigue establecido frente al hotel Portmany, aunque mucho más alejado y disimulado por el resto de instalaciones portuarias que lo envuelven. Aún así, constituye uno de los mayores puntos de conexión con ese pasado esplendoroso de la bahía que aún rememoran quienes lo vivieron y gozaron. Contemplar la llegada del pescado, las redes amontonadas junto a los norays, los llaüts alineados en perpendicular al muelle, con las artes distribuidas sobre sus cubiertas, constituye un estímulo ineludible para la vista y el ánimo, al que conviene volver periódicamente para frotarse los ojos.

Cien toneladas de pescado

Las embarcaciones que amarran en el muelle pesquero de Sant Antoni están adscritas a la Cofradía de Sant Antoni, que existe como tal desde 1985, ya que antes todos los pescadores de Ibiza y Formentera formaban parte del mismo pósito. Aunque las cifras son oscilantes, actualmente está integrada por 25 socios que faenan en 18 naves, de las cuales 17 son llaüts y la restante una barca de arrastre. Sus pescadores atrapan cada año una media aproximada de 100 toneladas de pescado.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’