Estos días corren ríos de tinta con la polémica que ha suscitado el proyecto de Empresas Matutes de crear un pequeño hotel en el faro de Sa Conillera. La compañía del ex ministro es, a día de hoy, la que ejecuta el plan de reconversión más ambicioso de las Pitiüses. Podemos estar de acuerdo o no con ese concepto de la Eivissa VIP que propugna Matutes, de reservados, pijerío internacional y desenfreno, pero no cabe duda de que en el frente de Platja d’en Bossa hay mucho en juego.

Por eso, resulta paradójico que el holding se meta en berenjenales como el de Sa Conillera, donde puede perder imagen a toneladas. La jugada, se mire por donde se mire, sólo se justifica por una naturaleza fenicia extrema, de querer exprimirle el jugo a cada piedra. Eso sí, un paraje natural protegido y aislado por mar constituye el mejor privé de cuantos pueden ofrecerse a los clientes que buscan exclusividad.

El proyecto sorprende, pero aún llaman más la atención las explicaciones vertidas por la compañía, que, a través de un comunicado, ha asegurado que “no se busca una rentabilidad económica, sino contribuir al mantenimiento del faro y crear un producto que diversifique y dé prestigio a la oferta hotelera de Eivissa y, por tanto, contribuya a la mejora de su posicionamiento turístico”. Que una empresa pretenda crear un negocio con un fin distinto al beneficio es, además de original, una contradicción absoluta con su naturaleza. Entraríamos en el territorio de la caridad; concepto que hasta ahora nunca habíamos asociado a un mini hotel de lujo en una reserva natural y con el tráfico de personas restringido.

De un tiempo a esta parte, al igual que acabamos de ver con la historia de Sa Conillera, el grupo Matutes pretende impregnar sus proyectos de un aura de bien común que, a mucha gente, incluidos los propios políticos, le chirría. El hecho de bautizar a su proyecto estrella con una nomenclatura de claro sonido público, como es “Plan de Excelencia de Platja d’en Bossa”, constituye toda una declaración de intenciones. A posteriori, dicha estrategia se ha ido enriqueciendo con frases como “Ibiza se lo merece”, “creará 3.000 puestos de trabajo”, “pondrá a nuestra economía muy por delante de otras”…

Ya decíamos hace unos días que Platja d’en Bossa, como tantas otras zonas de Eivissa, necesita de una remodelación integral porque sus infraestructuras han quedado obsoletas. Pero de ahí a que un proyecto absolutamente particular, con campo de golf, docenas de chalets de nueva planta, centro comercial, parque empresarial, apartahoteles, etcétera, se nos venda como de interés público, hay un abismo. Es cierto que incorpora calles más anchas y pasarelas que permiten sortear la trinchera de la carretera del aeropuerto, que no olvidemos es la primera piedra de toda esta historia, pero la realidad es que nos encontramos ante un gran negocio privado.

Consell y Govern, una vez analizadas las complicaciones jurídicas que se ciernen sobre el proyecto, han acabado soltando lastre y diciéndole que no a Matutes. Ahora, su plan de excelencia deberá seguir los cauces habituales del urbanismo municipal y sortear, pasito a pasito, si es que es posible, la maraña de recalificaciones y ajustes que implica este lío de suelos urbanos, urbanizables y rústicos. En Sant Josep ya lo han dicho claro; el proyecto interesa, pero primero están la legalidad y la burocracia. Como no podía ser de otra manera. Estaría bien que al buen samaritano alguien le recordara el significado de su propia parábola.

Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza