“En el legado cultural dejado a España por los moros nada hay más ingenioso y aparentemente menos conocido que el sistema de agricultura practicado en las tierras saneadas (feixes) que bordean la bahía de Ibiza… Permanecen como un testimonio del ingenio de la agricultura morisca, que hizo florecer al pantano lo mismo que al desierto” (‘The feixes of Ibiza’. George M. Foster. Revista de la Sociedad Geográfica Americana de Nueva York. 1952).

Cuando el viento sopla con fuerza, el tupido manto de juncos, salicornias y cañaverales que cubre cada palmo de ses Feixes oscila como un mar de hierba. El segundo mayor humedal de la isla, tras los estanques de ses Salines, esconde un valioso tesoro etnológico de la España andalusí; una herencia que desde el punto de vida hídrico aún resulta más extraordinaria que las fuentes, albercas y azacayas de la Alhambra.

Tuvo que venir a Ibiza a descubrírnoslas un norteamericano, George M. Foster (1913-2006), que era director del Instituto de Antropología Social de la Smithsonian Institution, en Washington. Foster se encontraba realizando un viaje por España en 1950, cuando tuvo la oportunidad de recalar unos días en la isla y contemplar las pequeñas parcelas de cultivo que rodeaban la bahía de Vila. Entonces proporcionaban buena parte de las frutas, verduras y hortalizas que se consumían en la ciudad.

Foster encontró dos grandes extensiones, aún en el apogeo de su productividad, que se regaban por capilaridad, mediante un complejo sistema hídrico que aprovechaba el manantial de es Gorg y las lluvias que descendían por el torrente de sa Llavanera hacia el mar. Los árabes, antes de ser expusados por los catalanes, en 1235, construyeron y aprovecharon esta infraestructura única de canales, que registraba índices insólitos de fertilidad y productividad.

Estas propiedades además se caracterizaban por sus puertas de entrada –los portals de feixa–, arcos encalados con compuerta de madera, que componían otro elemento arquitectónico único en el mundo. Las feixes típicas, aunque las había de múltiples tamaños, solían medir unos 30 por 80 metros de lado. Contaban con un cobertizo para los aperos de labranza a la sombra de un par de higueras, un corral para criar cerdos y cabras, y un buen montón de estiércol.

Dos acequias descubiertas discurrían en paralelo a los lados largos, con una anchura de entre 1,5 y 3 metros. Estaban conectadas en perpendicular, cada pocos pasos, por pequeños canales subterráneos –las denominadas fibles– que discurrían a medio metro de la superficie y que estaban cubiertos por ramas de pino. Estas, además de sostener la tierra, permitían el paso del agua para irrigar los cultivos. Así se garantizaba una humedad homogénea en toda la superficie. Como las acequias no tenían muros de contención, se sembraban vides junto a los canales para que sus raíces sostuvieran la tierra. En los extremos también se plantaban perales, membrillos, granados y albaricoqueros, aunque espaciados para no ensombrecer la huerta.

Luego se disponían filas de boniatos, que se alternaban con coles y otras plantas, así como patatas, alfalfa, tomates, ajos, cebollas, pimientos, habas, lechugas, sandías y melones. Todo en una misma parcela. Se obtenía el máximo rendimiento de la tierra y los ciclos de las estaciones.

Las más de 140 feixes que vislumbró Foster ocupaban una superficie superior a 600.000 metros cuadrados, repartidos en dos áreas de tamaño similar: es Pratet, junto a la ciudad, y es Prat de Ses Monges, entre las bahías de Eivissa y Talamanca. Hoy sólo se conserva sin urbanizar una parte de la segunda, bajo la eterna promesa de recuperarla y ponerla en valor por parte de las sucesivas administraciones.

Mientras tanto, el territorio más fértil de Ibiza se utiliza esencialmente como vertedero ilegal de escombros y basuras, además de constituirse en foco de ratas, alimañas y pestilencias. Ses Feixes, ante todo, representan un recordatorio constante a nuestra incapacidad para recuperar y proteger el legado de los antepasados; un monumento a nuestra vergüenza.

Artículo publicado en El Dominical de Diario de Ibiza. Es parte de mi ‘Imaginario de Ibiza’