Siempre que se viaja a esos pueblos idílicos del sur de Francia o del norte de la Península, lo primero que llama la atención es la limpieza escrupulosa, las radiantes macetas de geranios y hortensias en los balcones, el orden impecable y, sobre todo, la ausencia de elementos que alteren el equilibrio del paisaje, ya sea urbano o natural. Podemos decir lo mismo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad como Santiago de Compostela, Toledo o Cuenca, así como de determinados entornos de Mallorca y, sobre todo, de Menorca.

A Ibiza se le supone un paraíso y en numerosas localizaciones aún lo es, pero circular por una carretera o adentrarse en cualquier zona turística o en la capital implica recibir un bombardeo constante de mensajes comerciales en forma de vallas publicitarias, rótulos luminosos y marquesinas de todo tipo. Y lo mismo sucede cuando nos detenemos en un bar o tienda, donde lo habitual es encontrarse media fachada empapelada con capas superpuestas de carteles de fiestas de discotecas. Durante décadas, los comercios pitiusos han estado sometidos a tal presión del sector de la noche que, probablemente por agotamiento, han acabado cediendo sus muros blancos a cambio de nada. La situación sólo puede calificarse de grotesca.

Negocios y agencias, asimismo, llevan años colocando soportes publicitarios donde les place y, hasta fechas recientes, con total impunidad. Hemos pasado de las simpáticas piedras de colores en los cruces a este asunto de los carteles gigantescos por la cara. Un buen número de empresarios experimenta una fiebre contagiosa por expandir su marca por todas partes y la situación ha acabado derivando en una espiral desmesurada y omnipresente. Los residentes nos hemos acostumbrado, pero resulta muy chocante para quien viene al ‘paraíso’ por primera vez.

Hay que reconocer, sin embargo, que en algo están cambiando las cosas. El Consell Insular y algunos ayuntamientos, por ejemplo, se han propuesto retirar cerca de 200 vallas publicitarias de los márgenes de las carreteras, debido a que son ilegales. La empresa que las explota ya ha recibido las primeras órdenes de derribo y ha recurrido a subterfugios legales para retrasar su eliminación. Pero es sólo cuestión de tiempo.

Por otro lado, la semana pasada el Ayuntamiento de Vila anunció que las calles de la ciudad quedarán limpias de publicidad este mismo verano, ya que la contrata con la empresa que gestiona estos espacios desde hace décadas –la misma de las vallas de las carreteras–, ha concluido. El Consistorio afirma no tener prisa y que los únicos soportes que permanecerán visibles serán las marquesinas de los autobuses, a condición de que esta compañía se haga cargo de su mantenimiento. En consecuencia, se retirarán los denominados opis –esos carteles gigantes que hay por las aceras–, las banderolas, los rótulos luminosos esponsorizados en farolas y las vallas de protección para peatones con anuncios, entre otros elementos.

Lo más sorprendente de esta historia es que el Ayuntamiento, al anunciar esta decisión, ha comunicado que la ciudad sólo factura 6.000 euros al año por todos estos espacios. Hemos estado prostituyendo la imagen de Vila por una cantidad irrisoria.

El equipo de Gobierno ya ha adelantado su intención de evaluar qué espacios de publicidad se mantendrán y cuáles se quitarán. Mientras tanto, el proceso iniciado por el Consell Insular y otras instituciones contra las vallas sigue su curso. Parece el momento propicio para replantearnos la Ibiza estética que queremos y unificar políticas.

Si se decide apostar por la mejora visual de la isla y una vuelta a esos orígenes en los que primaba la belleza natural, sin artificios ni rótulos estampados en el paisaje, sería interesante impulsar una nueva normativa de ámbito insular, mucho más restrictiva, que como norma general impida la colocación de soportes publicitarios en cualquier espacio, ya sea rural o urbano. Al estilo de cómo gestionan el asunto esos pueblos idílicos del norte donde no desentonan ni las fachadas de las sucursales bancarias.

Esta nueva ordenación estética debería también limitar las características de los rótulos de los comercios y proceder, cuando sea necesario, a su sustitución por otros menos estridentes y que, más que captar la atención, resulten meramente informativos. La tecnología hoy ofrece múltiples alternativas digitales de marketing como para seguir empapelando Ibiza con anuncios. Sería, bajo mi punto de vista, una gran apuesta de futuro y una contribución valiosa para reducir esta sensación de saturación y agobio que nos invade cada temporada.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza