La semana pasada la Federación Hotelera de Ibiza y Formentera anunció la «desconexión» con la conselleria de Turismo del Govern, a consecuencia de la nueva ecotasa que el ejecutivo pretende implantar la temporada que viene. A mí esta idea de ´desconectar´ me parece que desborda originalidad. Deberíamos aplicarla todos juntos y proclamar a los cuatro vientos que desconectamos de todo aquello que nos disgusta.

Yo, por ejemplo, me declaro ya mismo en desconexión con Aqualia por esa bazofia infecta que mana del grifo y me estropea la lavadora cada dos por tres. Los vecinos de Sant Antoni, por su parte, pueden desconectar de su Consistorio por ampliar en media hora el horario de cierre de las dos discotecas que hay fuera del casco urbano, pese a su reiterada insistencia en el incumplimiento.

Los residentes de Vila también pueden desconectar de la conselleria de Medio Ambiente por la futilidad de sus políticas relacionadas con el emisario de Talamanca. Y algún melindroso hasta podría anunciar una desconexión con el alcalde por su permanente fiebre de titular y por afirmar cosas como que le gustaría quedarse embarazado.

Incluso podríamos cerrar el círculo de las desconexiones y desconectarnos del desconectado –en este caso los hoteleros–, por reiterar contra la ecotasa un argumento tan manido e indefendible como el de la pérdida de competitividad. El gravamen previsto oscilará entre 25 céntimos y 2 euros la noche, en función de la categoría del alojamiento. Una cifra ridícula en relación al precio medio por pernoctación en Ibiza, que el pasado agosto ascendió a la cifra récord de 162,30 euros la habitación doble –356 euros en los hoteles de cinco estrellas–.

Registramos la cotización más alta en el ya de por sí prohibitivo territorio balear, al situarnos por encima de Mallorca y Menorca en 71,30 y 43,50 euros, respectivamente. En sólo un año, los precios de las habitaciones en Ibiza se han incrementado por encima de los 40 euros de media y hay que apostillar que son los propios hoteleros quienes imponen las tarifas. Está previsto, además, que un buen número de establecimientos de categoría media sean sustituidos por otros de lujo, lo que contribuirá a incrementar aún más el coste medio por estancia en el corto plazo.

Si a ello sumamos que viajar a Ibiza el próximo puente de diciembre desde, por ejemplo, Madrid no baja de los 400 ó 500 euros por persona, la crítica exacerbada a los céntimos de la ecotasa parece cosa de broma.

De irrumpir en el futuro inmediato un problema de competitividad –algo que parece improbable–, habría que situar en el punto de mira las desmesuradas tarifas del transporte y el alojamiento –por no hablar de la oferta complementaria–, muy por encima de los destinos que nos hacen la competencia. O incluso referirnos al IVA turístico, cuyo encarecimiento no provocó ninguna ‘desconexión’.

También se lamentan los hoteleros de que la ecotasa beneficia a la oferta de apartamentos y casas particulares, que se salvarían de pagar este impuesto. Se trata de un problema que nada tiene que ver con peajes turísticos sino con la ausencia de inspecciones y capacidad sancionadora. Señalan asimismo que perjudicaría más al turismo familiar que a otros segmentos, aunque desconocemos en base a qué argumentos. Si existe tanta preocupación por el turismo familiar, ¿por qué no hemos escuchado ´desconexiones´ por la permisividad institucional ante el descontrol absoluto que ha reinado en la isla en las últimas temporadas?

Debo suscribir, sin embargo, que sí les acompaña la razón cuando apostillan que la solución adoptada para desarrollar este impuesto es tan vaga y desconcertante que ahora incluso les cuesta apoyarla a aquellos que en un principio se mostraron partidarios, pese a la necesidad perentoria de financiación pública que padece la isla. Puestos a argumentar en contra del tributo, resulta mucho más contundente y realista aludir a la indefinición respecto al reparto entre islas y la negativa del Govern a asignar porcentajes fijos sobre los fondos recaudados.

No hace falta acudir al oráculo de Delfos para predecir que, vistos los antecedentes, la gran mayoría permanecerá en Mallorca y al resto nos llegarán migajas. Tampoco se ha garantizado que los recursos se destinarán a fines medioambientales.

Qué decir además del hecho de que los propios residentes tengamos que abonar este impuesto cuando nos alojemos en otra isla, aunque tengamos que viajar empujados por la necesidad de matricularnos en la universidad, acudir a un juicio o realizar cualquier trámite burocrático. En todo caso, hay que reconocerle a la Federación Hotelera el impacto mediático que ha logrado con esta hábil fórmula de protesta. Nada resulta más dañino para el ego que la indiferencia.

Artículo publicado en  las páginas de Opinión de Diario de Ibiza