De ser ciertas esas estadísticas policiales en perpetuo descenso que nos venden cada año como si fuéramos tontos, en Ibiza no es que hubiera poca delincuencia, es que los índices de criminalidad serían negativos. La población en conjunto habría alcanzado tal nirvana de bondad, que levitaríamos por la calle e iluminaríamos nuestro paso con un aura fosforescente. Podrían otorgarnos una beatificación colectiva o concedernos la declaración de ‘Ibiza Patrimonio Moral de la Humanidad’.

Si fueran asimismo verídicos los incrementos de efectivos que nos anuncian todas las temporadas desde Madrid y Mallorca, habría tantos guardias que en las fiestas de los pueblos, en lugar de organizarse torneos de fútbol entre solteros y casados, jugarían policías contra civiles.

La cruda realidad nos descubre, sin embargo, que, desde el punto de vista de la seguridad ciudadana, más que el paraíso celestial habitamos una ciénaga. Si te toca la lotería de que te roben en casa o algún vikingo borracho te agreda por la calle –y todos tenemos muchos números–, espérate sentado a que la policía venga a auxiliarte. Lo mismo, antes de que aparezca, te asaltan otra vez.

Incluso lo subrayan los propios agentes, que este verano han denunciado que en muchos días álgidos de la temporada sólo hubo una patrulla para atender todas las emergencias de la isla. ¿A dónde fue a parar el 70% de incremento de efectivos policiales para Balears que en 2014 nos vendió a bombo y platillo el secretario de Estado de Seguridad? ¿Y el 23% anunciado para 2015 por la delegada del Gobierno? ¿Se quedaron todos en Magaluf combatiendo succiones colectivas?

Me lo dijo en agosto un amigo peninsular, tras una semana de patear calas, restaurantes y discotecas de punta a punta de la isla: «Lo que más me ha sorprendido es que aún no me he cruzado con una patrulla de la Guardia Civil». No lo expresó preocupado, sino sonriente; como diciendo: «Desvaría lo que quieras, que en Ibiza no hay límites».

El comandante jefe de la Benemérita en las Pitiüses, Antonio del Fresno, anunció hace apenas un mes, en la fiesta del Pilar, que la delincuencia había descendido en el último año un 35,9%. Nada menos. Se vanaglorió de este supuesto éxito en el mismo momento en que docenas de vecinos del interior de la isla se encontraban los hogares patas arriba tras sufrir un robo –o varios seguidos– y recibían la callada por respuesta al exigir mayor presencia policial. El responsable de la Guardia Civil también tuvo el coraje de presumir del decomiso de una partida de pastillas de éxtasis en el aeropuerto, un par de kilos de cocaína y otras bagatelas que conforman los grandes hitos policiales del momento. Son cantidades que ni tan siquiera sirven de aperitivo en cualquier noche de la temporada.

Aquel día, el comandante jefe tuvo suerte. El protagonismo se lo acabó llevando el agnosticismo del alcalde de Vila, Rafa Ruiz –que provocó un pequeño lío de protocolo al no asistir a la misa conmemorativa–, y su discurso pasó desapercibido. Sin embargo, las asociaciones de vecinos de Sant Mateu, Santa Agnès, Sant Rafel y Buscastell le han recriminado estos días la arenga.

Mediante carta, critican que «algunos hinchen pecho diciendo que ha bajado la tasa de delincuencia un 35%, situación que enciende más si cabe los exaltados ánimos. Nos preguntamos cómo demonios confeccionan estas estadísticas, ya que a nuestros ojos la delincuencia ha subido de forma abrumadora».

El último capítulo del serial lo suscribe la consellera de Hacienda y Administraciones Públicas del Govern, Catalina Cladera, que ha exigido a la Delegación del Gobierno, con un tono contundente, que ponga los efectivos necesarios para acabar con esta oleada de robos. Si analizamos el mensaje de la consellera de forma aislada, no le falta razón. En contraste con la ausencia total de implicación del Govern con otros problemas pitiusos que sí dependen de su voluntad, como el desastre del emisario de Talamanca, su puñetazo en la mesa constituye un paripé surrealista.

Somos plenamente conscientes de que pasarán los años y seguiremos igual: hartos de que en Ibiza se ofrezca droga por las esquinas y de que nos limpien la casa al menor descuido. En consecuencia, señores responsables de la seguridad, lo mínimo es que dejen de alardear de unas estadísticas más falsas que el flequillo del Dioni. Parece que se pitorrean de los ciudadanos.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza