Puestos a emprender proyectos faraónicos, mejor construir instalaciones sanitarias que aeropuertos sin aviones o estaciones del AVE donde no se apea un pasajero. Aún así, las cosas como son: el puente de Calatrava de la obra pública pitiusa es el nuevo Hospital de Can Misses, proyectado en tiempos de abundancia pero inaugurado con las vacas flacas, sin una plantilla adecuada a su espacio sobredimensionado.

Al ritmo que crece la población pitiusa, es posible que dentro de unas décadas se acabe llenando. Mientras tanto, yo me pregunto dónde ha quedado la tradicional racionalidad ibicenca. La misma que en arquitectura se aplicaba a la casa payesa, un organismo en continua evolución del que mutaban alcobas según crecía la familia. Parece que de esa sabiduría heredada ya no queda rastro entre los gobernantes que deciden esta clase de proyectos.

Hace semanas que escuchamos quejas y denuncias de los profesionales del sector sanitario de la isla por la asfixiante falta de recursos. De estos ruegos y súplicas, que proceden de distintos frentes, deducimos que nuestro servicio de salud, como mínimo, anda renqueante. Tal y como ocurre con otros asuntos que deberían ser altamente prioritarios para el gobierno competente –el autonómico–, sólo vislumbramos un horizonte tercermundista.

Al fiasco del servicio de radioterapia, que debería de haber anulado el crédito político a quien empeñó su palabra con plazos expirados hace una eternidad, se suma ahora una concatenación de errores organizativos en el nuevo hospital y otras infraestructuras sanitarias, que subrayan la carencia de medios y la limitada capacidad de gestión.

¿Cómo es posible que, a la hora de trasladarse al nuevo hospital, no se hayan tenido en cuenta las nuevas condiciones de trabajo, radicalmente distintas a las de antes, según denuncian los profesionales? Nos hemos gastado tropecientos millones de euros en construir un nuevo y grandioso hospital, al tiempo que hemos abandonado el viejo, en el que se mantuvo una planta clausurada por falta de recursos. Sin embargo, nadie se ha planteado con seriedad la ampliación de la plantilla, pese a que médicos y auxiliares tienen que atender mayor número de habitaciones y perder un tiempo precioso en recorrer pasillos interminables. En el nuevo Can Misses, las maniobras que antes representaban segundos ahora se traducen en minutos.

La falta de organización la sufren doblemente los enfermos, que padecen situaciones tan dantescas como tener que andar mendigando algo de comer cuando llevan más de 24 horas ingresados en Urgencias, o que enfermos crónicos a punto de abandonar el hospital en ambulancia acaben esperando un montón de horas más pese a tener el alta hospitalaria, porque nadie acude a quitarles la vía.

Lo peor del asunto es que Can Misses sólo constituye otro ejemplo más de la dejadez que el Govern balear receta sistemáticamente a las Pitiüses y de la sequía reivindicativa de la gran mayoría de los parlamentarios ibicencos, cuyas tragaderas empiezan a ser más profundas que una sima oceánica. Dicen los profesionales de Can Misses que en Menorca, por ejemplo, disponen de un hospital de menor capacidad, pero dotado de una plantilla de enfermería notablemente superior. Ante estos desequilibrios, hay que exigir a nuestros representantes, sean del signo que sean, que como mínimo estén en permanente revolución. Para eso se les pagan viajes, dietas y salarios.

Estos días, además, la mitad de los médicos de familia de Ibiza –medio centenar–, han denunciado que, cuando tienen que acudir a un curso de formación, están de baja por enfermedad o se marchan de vacaciones, habitualmente no se les sustituye. La situación provoca listas de espera agobiantes en atención primaria, que para algunos enfermos se prolongan hasta los cinco días. Pides cita por una gripe y, por no esperar, acabas automedicándote o contribuyendo a la saturación de las Urgencias.

Ibiza está considerada la isla del lujo, pero la realidad es que de nuestros grifos mana agua envenenada, pisamos aceras destartaladas, las calles huelen a cloaca y disfrutamos de una atención sanitaria con lamentables carencias, que se sostiene a duras penas por el esfuerzo de sus profesionales. El nuevo hospital debería haber sido más modesto y destinarse la diferencia a ofrecer unas condiciones profesionales más dignas a equipos sanitarios y pacientes. ¿Para qué queremos un Ferrari si no hay dinero para gasolina?

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza