Entiendo que existan promotores carentes de escrúpulos, dispuestos a sacrificar los últimos tramos de costa virgen, a cambio de obtener pingües beneficios. Tampoco me sorprende que les traiga al pairo la voluntad común de los ibicencos que –de forma mayoritaria, estoy convencido–, no es otra que preservar los paisajes auténticos que nos quedan porque, entre otras razones, vivimos de ello. No hablamos de que un residente construya una casa para su hijo en un terreno familiar, sino de especulación pura y dura: grandes urbanizaciones promovidas por potentados locales o foráneos, a quienes el dinero les sale por las orejas. Comprendo la codicia porque es intrínseca a la naturaleza humana.

Lo que me remueve las entrañas es que quienes gobiernan un Ayuntamiento, en este caso el de Sant Antoni –que ni mucho menos tiene la exclusiva del desatino urbanístico–, defiendan auténticos disparates con argumentos peregrinos de compensaciones que no convencen a nadie, salvo a quien se beneficia de ellos. El interés público no justifica en ningún caso arrasar los bosques de Cala Gració, Punta Galera y Cala Salada, para sustituirlos por una horrenda cortina de hormigón de tres plantas. Es de esperar que tampoco nos tomen por imbéciles y utilicen el sobado argumento de la creación de empleo y la dinamización económica. El tráfico de armas, la producción de drogas y la trata de blancas también generan puestos de trabajo. Ya puestos, ¿por qué no un puerto deportivo en Cala Salada? O, mejor aún, ¿un campo de golf en Corona? Eso sí, las casas payesas ni tocarlas; se quedan entre hoyo y hoyo, tal cual, sin que los payeses que las han conservado durante generaciones puedan modificar un corral o agrandar un ventanuco.

A la actualidad pitiusa parece importarle un comino que se avecinen elecciones. Cada día desayunamos con otro engendro político o una nueva contradicción. A veces, tengo la sensación de que nos gobierna una manada de caballos desbocados. Y, para mayor confusión, afrontamos unos comicios con aspecto de ensaladilla multicolor; un tótum revolútum de nuevos partidos, ideologías, escisiones, fusiones, transfuguismo y candidatos que renuncian. Aquí no hay quien se aclare. Ni siquiera quienes, por oficio, estamos obligados a seguir las ocurrencias diarias con que nos obsequia la farándula política.

Junto con los sempiternos PP y PSOE, andan tirándonos los tejos Guanyem, Podemos, Proposta per les Illes, Alternativa Insular, UPyD, Gent per Eivissa, ERC, PREF, EPIC, Liberales del siglo XXI, Más Eivissa, Corsaris Democràtics de Ibiza, PUC, Reinicia Sant Antoni y algún otro que se habrá quedado en el tintero. Titánica la tarea de desentrañar semejante madeja. Buena parte de los cabecillas de este revoltillo ideológico andan tremendamente atareados tratando de definir una doctrina coherente, que conjugue conceptos como liberalismo, centrismo, socialismo, comunismo, catalanismo, españolismo y otra extensa caterva de ´ismos´.

Pero, además, estos partidos, incluso antes de consensuar la cuestión ideológica, están obligados a encarar dos retos ineludibles: encontrar suficientes voluntarios de peso para cumplimentar las listas electorales –tarea que, según me consta, no está resultando sencilla para algunos– y, aún más importante, construir un programa electoral de amplio espectro, que defina la posición de su partido frente a los grandes retos que deben afrontar las Pitiüses.

Ante un panorama tan confuso, los programas electorales constituyen el único norte que tenemos los votantes para aclarar qué ideas y matices aguardan detrás de cada partido, ya sea nuevo o viejo. Y lo que está ocurriendo estos días con el urbanismo de Sant Antoni constituye el mejor ejemplo de lo que los ciudadanos queremos saber.

Es imprescindible exigir a los candidatos que pongan por escrito su postura en relación a todas las cuestiones que nos preocupan. Queremos saber si son partidarios de permitir a las promotoras construir urbanizaciones en la costa. Pero también reclamamos conocer, de forma clara, cuál es su modelo turístico, qué piensan hacer para mejorar las carreteras, la red de saneamiento, la calidad del agua, la conservación de las playas…

Que nos expliquen si van a permitir la cementera de Jesús, por qué política educativa abogan, qué piensan de la cuestión idiomática, cuál es su solución para el emisario de Talamanca y para sa Penya, qué debe ocurrir en Benirràs, cuál es su visión del Plan de Excelencia de Platja d’en Bossa, cómo deben las Pitiüses relacionarse con Mallorca, qué evolución deben seguir las transferencias turísticas, en qué medida van a mejorar la Sanidad, si piensan impulsar ayudas para los agricultores, cómo pretenden solucionar el encarecimiento y la escasez de los vuelos, etcétera, etcétera.

Conviene demandar además un compromiso de cumplimiento del programa electoral, para que no nos vengan con sorpresas. Una renuncia tácita a gobernar si se incumple este pacto con los ciudadanos. Yo, desde luego, no pienso entregar mi voto a quien no responda a estas cuestiones trascendentales o lo haga con ambigüedades. Frente a semejante ensaladilla intelectual, se requiere compromiso.

Artículo publicado en las páginas de Opinión de Diario de Ibiza