Estos días he tenido ocasión de visitar a un buen amigo, el artista uruguayo Julio Bauzá, quien, a sus más de 70 años, sigue produciendo cuadros y esculturas y descubriendo nuevos caminos como si le empujara el diablo. Tiene varias exposiciones por delante y asistirá a una importante feria internacional, con su concepto de arte geométrico que ya ha atraído a marchantes de distintas galerías de fuera de la isla. Julio es hombre de acción; necesita trabajar sin descanso y, si siente la mente densa o los hombros cargados de tanto modelar piezas en la serrería, se dedica a ordenar el taller o a catalogar las cientos de obras que conserva en el almacén.

Tras una larga tarde de charla, abandoné su casa de Buscastell con sensación agridulce. Por un lado, satisfecho por ver a Julio rebosante de buenas ideas y haber disfrutado de su diálogo afilado. Por otro, triste por constatar una realidad que de un tiempo a esta parte me genera inquietud: la gélida temperatura artística que vive nuestra isla.

Eivissa es probablemente uno de los lugares del mundo con mayor concentración de artistas plásticos. Los hay de todas partes, profesionales y amateurs, que  desarrollan todos los estilos y técnicas imaginables. Entre ellos, organizan rutas del arte, jornadas de exhibición en pueblos y difunden su obra como pueden. Sin embargo, más allá de su voluntad y esfuerzo, ya apenas disponen de fórmulas para comercializar su arte y, por tanto, vivir del fruto de su imaginación y su trabajo.

En pocos años, han cerrado las pocas galerías que quedaban: Vía 2, Art i Fang, Bullit de Blau, Can Berri y tantas otras. Las exposiciones en centros culturales públicos y en determinados locales se siguen organizando, pero sin la presencia de marchantes profesionales con una cartera de clientes, que muevan arte y generen mercado. Los artistas de Eivissa prácticamente se han quedado solos.

Julio lleva cuarenta años creando y no le faltan encargos ni contactos con galerías de fuera de la isla, pero para un artista joven u otro que se acaba de instalar, el panorama es desolador. Si retrocedemos treinta o cuarenta años, en los tiempos de las galerías míticas de Dalt Vila, cuando Eivissa era un hervidero multicultural y un enclave donde realmente se hacía negocio con el arte, y lo comparamos con el momento actual, el empobrecimiento es apabullante.

Los artistas viven enclaustrados en sus talleres y crean sin descanso para clientes a los que no pueden llegar. No suelen alzar la voz y algunos de ellos ya han iniciado un éxodo silencioso hacia otros lugares donde al arte se vive más intensamente y en comunidad. Antes de que sea demasiado tarde, hay que reclamar un papel más activo de las instituciones.

Es momento de que la Conselleria de Cultura y los ayuntamientos se coordinen para impulsar un plan estratégico en favor del arte, buscando nuevos caminos, organizando concursos para los artistas y haciendo que el arte vuelva a ser parte activa de nuestra vida cultural. No podemos renunciar a que Eivissa siga siendo enclave de inspiración de artistas. Siempre ha formado parte de nuestro apellido.

Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza