La reforma del Mercat Nou constituye una oportunidad de oro para potenciar Eivissa como destino gastronómico y, de paso, incrementar la paupérrima oferta de ocio que caracteriza nuestra temporada baja. Por eso, la ausencia de debate en torno a esta noticia me produce inquietud y me hace temer que este proyecto no sea considerado con el énfasis que merece.

La prensa pitiusa ha publicado que la empresa gestora, los comerciantes y el Ayuntamiento barajan distintas opciones, aunque ninguna pasa por conservar el actual edificio. Ya es una gran noticia. El Mercat Nou, desde el punto de vista estético, parece más propio de un polígono industrial que del centro de una capital declarada Patrimonio de la Humanidad.

Los comentarios acerca de la nueva propuesta, sin embargo, denotan cierta falta de ideas. El concejal competente, por ejemplo, alude a cuestiones como accesibilidad, parking más amplio, flexibilidad de horarios y reparto a domicilio, como posibles ganchos para paliar el descenso de actividad registrado tras la implantación de grandes superficies en la isla. También se alude a una oferta que satisfaga a particulares y negocios, algo que, de hecho, lleva ocurriendo toda la vida. No se vislumbra un cambio sustancial de concepto.

Hoy en día, muchos mercados constituyen no sólo una despensa donde adquirir variedad de productos frescos. Representan, además, un atractivo espacio de ocio, donde comprar, reunirse, degustar y disfrutar. Este nuevo concepto va asociado a una arquitectura de vanguardia que reorganiza instalaciones obsoletas o genera otras nuevas y apuesta siempre por esta dualidad funcional: comprar y divertirse.

Una gran mayoría de los turistas que viajan a Madrid y Barcelona reservan media jornada para visitar un mercado y los propios residentes compaginan la compra con picar algo con los amigos. Para visualizar este concepto, basta con acudir a San Miguel y San Antón, en Madrid, o a Santa Caterina y La Boquería, en Barcelona.

Allí, los tenderos ocupan un espacio emblemático, acogedor, bien iluminado y donde los productos adquieren todo el protagonismo. En ocasiones, incluso llaman la atención desde el exterior, gracias a la piel de cristal que envuelve el edificio. En los puestos, el género está perfectamente ordenado, hasta el punto de alegrar la vista. Hay varias tabernas con terraza, donde saborear tapas locales elaboradas con productos del mercado, y mesas de libre acceso donde los transeúntes degustan raciones de embutidos, vinos y quesos adquiridos a los propios tenderos para consumir en el acto.

También hay paradas ‘delicatessen’, puestos de producto local envasado, encurtidos, vinoteca, librería gastronómica, catas, actuaciones musicales… El resultado es muy positivo y supone el renacimiento de un negocio moribundo.

La estacionalidad de Eivissa obligaría a proyectar un Mercat Nou fexible, que compatibilizara usos típicos con una oferta gastronómica y de ocio para fines de semana y los meses fuertes de temporada. Se requiere un inmueble de impacto, una planificación de puestos y tabernas que potencie calidad y variedad, un programa de eventos que lo impulse al principio y una mínima formación en marketing, para ayudar a los comerciantes a reorientar sus paradas y exponer de forma más atractiva los productos.

La degustación en los mercados está claramente de moda. Sería una lástima no subirse a este carro.

Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza