Hace unas semanas, publiqué en Internet un artículo que provocó una inesperada sucesión de comentarios. Se titulaba Reservados y zonas VIP: un cáncer para Ibiza. En 20 años de oficio, he redactado noticias, crónicas y libros, pero no me había sentado a escribir un ensayo de opinión. Sentí la necesidad de ordenar mis pensamientos y unirlos a los comentarios de otras personas. Un par de días después, Última Hora me ofreció este espacio. Martes y viernes trataré de ocuparlo con palabras honestas, que aspiren a dar forma al cambiante ‘mar de fondo’ que agita nuestra conciencia colectiva. Esta columna, por tanto, es consecuencia de aquella reflexión y me parece razonable compartirla con los lectores de este periódico.

El artículo partía de un episodio vivido en una playa del tercer mundo, donde una cuadrilla de guardias jurado impedía la entrada a los nativos. Entonces, iluso de mí, sentí alivio de ser pitiuso y poder pisar cualquier tramo de nuestro litoral. No podía estar más equivocado. En las playas de Eivissa aún no hay ‘gorilas’ que corten el paso al mar (aunque una brigada intimidante de camareros con pinganillo se extiende como una plaga). Las alambradas son más discretas, pero surten el mismo efecto.

¿Quién puede sentirse a gusto en una orilla donde personajes de otra galaxia trasiegan champagne a razón de mil euros la botella? ¿Por qué las hamacas exceden tan a menudo la cuota establecida? ¿Cómo es posible que por su alquiler se cobren importes desmesurados que se pasan por el arco del triunfo las tarifas oficiales? ¿A razón de qué se hace la vista gorda ante ‘beach club’ y hoteles de playa que castigan a los bañistas con una marejada de decibelios? No prohíben la entrada; te obligan a irte… El estilo de gestión tipo lejano oeste que caracteriza la noche de Eivissa ahora también gobierna nuestra costa.
El fenómeno de los reservados y zonas vip se gestó en las discotecas, donde, a contracorriente con en el resto de la isla, se fomentaba una sociedad dividida entre vips y resto de los mortales. Sin embargo, lo que con todo derecho acontecía en suelo privado, se ha extendido como una metástasis a las playas, que son de todos.

Antaño, los habituales de la isla la describían como un lugar de encuentro y mestizaje cultural, donde millonarios y mochileros compartían territorio sin protocolos ni etiquetas. ¿Alguien se ha parado a pensar en las consecuencias que esta transformación puede tener para el futuro de nuestra economía? Playas bonitas y discotecas las hay en todo el Mediterráneo. Lo que nos hace diferentes es nuestro espíritu abierto, un paraguas cuya sombra impregna de autenticidad las cosas que se van creando en la isla, incluidas las propias discotecas en origen.

¿Existe una estimación sobre cuántos viajeros habituales nos abandonan cada año porque ya no reconocen su isla? No aparecen en las estadísticas porque otros les sustituyen. Sin embargo, ¿qué ocurrirá cuando esta legión de alienígenas se marche a otro lugar y se lleve consigo la imagen mítica que nos ha hecho destacar sobre nuestros competidores? Ya se lo digo yo. Seremos otra Marbella.

 Artículo publicado en el diario Última Hora Ibiza

2 Responses to “Zonas VIP, un cáncer para Eivissa”

  1. Absolutamente de acuerdo. Ibiza es ese lugar donde podemos ir todos y convivir sin estorbarnos. Y así queremos que siga siendo!!!

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